Cada vez más, la información viaja a la velocidad de un clic. En segundos, una opinión se convierte en tendencia, una acusación se transforma en verdad, y una mentira puede dañar la reputación de alguien de forma irreversible para toda la vida. En ese contexto, la frase pronunciada por la ministra de Interior y Policía, Faride Raful, resuena con fuerza y verdad: “Un clic no borra lo que se dijo”.
Y es cierto. Una vez que se comparte un contenido en redes sociales —sea un video manipulado, un tuit malintencionado o una imagen sacada de contexto— ya no hay vuelta atrás. Aunque el autor lo elimine, el daño está hecho. Las capturas de pantalla, los reposts, los comentarios virales… todo se multiplica y persiste, quedando archivado en la memoria colectiva.
El derecho a opinar no justifica la calumnia
La libertad de expresión es un pilar de la democracia, aunque en muchos casos no es utilizada de la forma adecuada, ya que no debe ser confundida con el derecho a calumniar o denigrar. Criticar con argumentos es válido; atacar con mentiras, no. Cuando alguien comparte una acusación sin fundamentos a través de las diversas plataformas digitales, sin verificar su veracidad, se convierte en cómplice de una campaña de desinformación.
Raful no es la primera ni será la última persona en enfrentar una campaña de descrédito. Pero su frase nos llama a reflexionar sobre un problema más profundo: la facilidad con la que muchas personas dañan la honra de otros desde el anonimato digital, sin medir las consecuencias.
Responsabilidad y ética en la era digital
Muchas figuras han alzado su voz, expresando los ataques recibidos a través de un clic, aunque en muchos casos son ignorados. Hoy más que nunca necesitamos educación digital y ética ciudadana. Antes de compartir, reaccionar o comentar, debemos preguntarnos: ¿Esto es cierto? ¿A quién afecta? ¿Estoy aportando a una conversación o alimentando una mentira?
Para muchos, un clic parece insignificante, pero puede destruir la salud mental de la persona afectada, hasta el punto de culminar en un suicidio.
“Un clic no borra lo que se dijo” no es solo una advertencia, es un llamado a la conciencia colectiva. Nos recuerda que las palabras tienen peso, que la reputación ajena debe ser respetada, y que cada uno de nosotros tiene poder y, por tanto, responsabilidad en el uso de las redes sociales.
La justicia hará su parte. Pero mientras tanto, cada ciudadano debe hacer la suya: pensar antes de compartir, verificar antes de acusar y recordar que, detrás de cada pantalla, hay una vida que puede ser afectada por nuestras acciones digitales.