En una época donde los insultos parecen competir a diario, y las redes sociales premian el ataque sobre el argumento, resulta casi revolucionario que alguien coloque la atención en algo tan esencial -y tan olvidado- como el lenguaje.
La reciente iniciativa presentada por el ministro de Cultura, Roberto Ángel Salcedo, en el Palacio de Bellas Artes, titulada “El poder de las buenas palabras”, apuesta por rescatar el valor de las palabras como herramientas de respeto, empatía y cohesión social.
Estuve presente en el lanzamiento de este proyecto y pude sentir que no se trata de una campaña estética ni superficial, ni mucho menos una moda, sino de un llamado permanente y profundo a la conciencia cultural y ciudadana.
El ministro ha expresado que el programa busca fomentar un uso consciente del lenguaje en los medios, las redes sociales y en todos los espacios de interacción pública y privada, donde abundan los insultos. En otras palabras, recordarnos que la forma en que hablamos también define la forma en que convivimos.
En sociedades marcadas por la polarización, la impaciencia y el cinismo, este tipo de acciones no solo son valiosas, sino urgentes, especialmente ante la gravedad de lo que estamos viendo y escuchando en los medios de comunicación.
El lenguaje hostil, la ironía hiriente y la desinformación no son accidentes aislados, son síntomas de una cultura que ha ido perdiendo la capacidad de dialogar con humanidad.
Por eso, esta propuesta está llamada a reconstruir vínculos afectivos, y a recordarnos que hablar bien no es simplemente hablar bonito, sino hablar con responsabilidad. Nuestras palabras, si son bien usadas, pueden ser semillas de entendimiento, no piedras arrojadas al otro.
Si esta iniciativa logra movilizar a ciudadanos, comunicadores, educadores, empresas, líderes de opinión y la clase política en general, estará sembrando algo mucho más grande, algo así como un nuevo pacto de civilidad.