Desde hace días, Leonardo Aguilera está siendo blanco de una campaña tan evidentemente coordinada como mal ejecutada y torpe. Difamaciones, calumnias y medias verdades circulan por redes y ciertos medios con una sincronía sospechosa. ¿Quién los manda? ¿Quién se muerde las uñas?
La fórmula es vieja: fabricar escándalos donde no los hay, repetir mentiras hasta que parezcan dudas razonables y ensuciar reputaciones para abrirse paso en las sombras. Pero esta vez ni siquiera se han esforzado. La narrativa es predecible, el timing demasiado conveniente (justo antes de agosto, cuando se cocinan los cambios), y los “voceros” tan torpes como poco creíbles.
¿El motivo? Parece ser cumplir con su trabajo… y no alinearse con el candidato “correcto”. Sí, así de bajo hemos caído.
En un país donde la eficiencia incomoda y la lealtad se mide en bultos de apoyo, Aguilera resulta incómodo. Porque no hace bulla, no anda buscando cámaras, pero sí produce resultados. Y eso molesta a quienes solo saben operar desde la mediocridad, la envidia o la obediencia ciega.