Este 4 de julio, Estados Unidos conmemora el 249 aniversario de su independencia, una fecha que marca el inicio de una nación forjada en la lucha por la libertad, los derechos civiles y la autodeterminación. Desde entonces, esta gesta ha sido celebrada en múltiples expresiones culturales que exaltan el orgullo patriótico y el sentido de pertenencia nacional.
Sin embargo, en este nuevo aniversario, millones de ciudadanos dentro y fuera del territorio estadounidense se enfrentan a una celebración cargada de incertidumbre y contradicción. Las políticas migratorias implementadas en este último año, especialmente durante la actual gestión del presidente Donald Trump, han generado divisiones profundas sobre lo que realmente significa ser estadounidense.
Migrantes que han construido sus vidas con esfuerzo y sacrificio, aportando al desarrollo económico y cultural del país, hoy viven con el temor constante de ser deportados o separados de sus familias. Muchos de ellos se preguntan si realmente valió la pena el camino recorrido para alcanzar un sueño americano que parece cada vez más inalcanzable.
A lo largo y ancho de los 50 estados, incluyendo a quienes residen en el exterior, esta celebración ya no representa para todos un motivo de júbilo. Para muchos, es un recordatorio doloroso de políticas que han afectado la estabilidad emocional, económica y familiar de comunidades enteras.
Estados Unidos fue fundado sobre principios de igualdad, libertad y justicia. Pero hoy, esas palabras deben ser más que una cita histórica: deben traducirse en acciones concretas que incluyan, protejan y reconozcan a todos quienes llaman a esta nación su hogar, sin importar su origen.
Este 4 de julio nos obliga a reflexionar. No solo sobre el pasado que se celebra, sino sobre el presente que se vive y el futuro que se construye. Porque la verdadera independencia no es solo la que se ganó en 1776, sino la que se defiende cada día con humanidad, dignidad y solidaridad.