Pedro Guillermo Guerrero, nacido el 29 de junio de 1814 en Media Chiva, Hato Mayor del Rey, fue un patriota indomable cuya vida estuvo marcada por su entrega total a las causas más nobles de la República Dominicana: la independencia, la restauración de la soberanía y la resistencia frente a los abusos del poder.
Aunque su nombre no resuena con la fuerza que merece en los manuales escolares, su papel en la historia nacional fue fundamental y digno de reconocimiento eterno.
Hijo del comerciante vegano José Guillermo y de la venezolana Francisca Guerrero, Pedro Guillermo creció en una época convulsa, forjada en los albores de la lucha por la independencia. Desde muy joven, se involucró en las filas del ejército, y como coronel, participó activamente en las principales batallas por la soberanía nacional: Azua, La Estrelleta, El Número y Las Carreras, combates en los que dejó clara su valentía y su compromiso con la causa dominicana bajo el mando del general Pedro Santana.


No solo luchó por la independencia en 1844, sino que se alzó también con fuerza en 1863 contra la anexión a España, iniciando el primer levantamiento restaurador en Hato Mayor del Rey. Sin más credenciales que su decisión y su coraje, se convirtió en uno de los guerrilleros más destacados de la gesta restauradora.
Participó en enfrentamientos decisivos como las batallas de Mata Palacio y de la Plaza, enfrentándose incluso a tropas en las que militaba su propio hijo, Cesáreo Guillermo, quien posteriormente también sería presidente de la República.
Su papel en la etapa final de la guerra restauradora fue clave. En octubre de 1865, encabezó un levantamiento desde Higüey hacia Santo Domingo, logrando sumar los pueblos del Este a su causa y entrar a la capital sin disparar un solo tiro. Fue entonces cuando asumió de forma provisional la Presidencia de la República, el 15 de noviembre de ese año, con el único propósito de preparar el retorno al poder de Buenaventura Báez, figura que él consideraba esencial para la estabilidad del país.


Durante su breve mandato, Guillermo mostró un liderazgo enérgico y sin ambigüedades. Gobernó con mano firme, acallando con amenazas las protestas del Congreso y logrando que se acelerara el ascenso de Báez al poder.
El 8 de diciembre de 1865, Guillermo entregó el mando como prometió, retirándose a su hacienda en La Rodada.
El convulso clima político de la época no tardó en arrastrarlo de nuevo al conflicto. Tras el derrocamiento de Báez en 1866, Guillermo se levantó en armas contra el nuevo gobierno de José María Cabral.
Fue perseguido, traicionado y finalmente capturado, fue sometido a un consejo de guerra especial. El 18 de febrero de 1867 fue fusilado en el cementerio de El Seibo, tras rechazar el asilo diplomático y demostrar una serenidad que solo poseen los hombres que mueren por sus ideales. Su cuerpo, enterrado sin ataúd, fue el de un mártir de la patria.
Pedro Guillermo fue el segundo presidente dominicano en morir fusilado, después de Pepillo Salcedo. Pero más que un caudillo efímero, fue un patriota de convicciones férreas, que sacrificó su vida, su familia y su tranquilidad personal por una nación que aún buscaba su destino. Su legado es el de un guerrero con espíritu de pueblo, un símbolo de la resistencia popular frente a la opresión externa y la traición interna.
Hoy, su memoria persiste discretamente en una calle de Hato Mayor que lleva su nombre, pero su historia exige mucho más que eso. Pedro Guillermo representa el rostro de la lucha dominicana que no buscaba el poder por ambición, sino por responsabilidad. En tiempos donde el valor y la honestidad escaseaban, él se mantuvo firme, decidido, valiente. Por eso, su nombre debe resplandecer, como quiso Gregorio Luperón, entre los verdaderos patricios de la historia nacional.