Por Cristina Mendoza
Y una vez más, llegamos a esa temporada del año. La de los formularios, los uniformes, las entrevistas. La del estrés por encontrar el mejor lugar para que nuestros hijos estudien, aprendan, crezcan.
Para algunos padres, es cuestión de escoger. Para otros, de insistir.
Y para muchos más, tristemente, de rogar. Sí, rogar. Porque cuando se trata de niños con condiciones que no encajan en la supuesta “normalidad”, el proceso deja de ser una búsqueda y se convierte en una carrera de obstáculos. Obstáculos que no deberían existir. Y el más doloroso de todos, es ese rótulo que parece promesa y a veces es solo fachada: “Centro educativo inclusivo.”
¿Qué significa realmente ser inclusivo?, ¿Abrirle la puerta a un niño y anotar su nombre en una lista? ¿Dejarlo sentado en el aula sin mirar sus necesidades particulares, sin acompañamiento, sin comprensión, sin guía? Eso no es inclusión. Eso es inscripción vacía.
Hablar de inclusión debería ser innecesario. En un mundo justo, nadie tendría que ser “incluido” porque todos ya pertenecerían. Pero la realidad es otra: miles de niños son excluidos del sistema, de espacios, de entornos que también les pertenecen.
Y sus padres, madres o tutores, muchas veces en silencio, recorren decenas de centros educativos, llenos de esperanza y temor, para volver a sus casas con las manos vacías o con una aceptación que no siempre es sincera.
No se trata solo de abrir la puerta. Se trata de caminar adentro con ellos. De formar docentes capacitados. De adaptar entornos. De cultivar empatía.
De entender que la inclusión no es un favor que se le hace a nadie: es un derecho. Y que, negar ese derecho, con o sin palabras, con o sin intenciones, es una forma más de atropello.
Lo digo con el corazón expuesto: No hay tristeza más aguda que ver a tu hijo quedando fuera de un lugar que debería ser para todos. No porque no tenga capacidad, sino porque no encaja en un molde que nunca fue hecho pensando en él.
La educación verdaderamente inclusiva no debería ser una etiqueta de marketing. Debería ser una realidad construida con voluntad, formación, humanidad y justicia.