Este 13 de mayo del 2025 quedará grabado en la historia de América Latina como el día en que partió uno de sus más grandes referentes éticos y políticos: José “Pepe” Mujica. Expresidente de Uruguay, exsenador, guerrillero, preso político, campesino, filósofo cotidiano y, ante todo, un hombre íntegro que eligió siempre vivir con lo justo para no hipotecar su libertad.
Desde su juventud combativa en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, hasta su presidencia entre 2010 y 2015, Mujica encarnó la coherencia entre el decir y el hacer. Gobernó con la autoridad moral que sólo dan el sufrimiento vivido con dignidad —tras pasar más de una década preso en condiciones inhumanas— y la renuncia al ego en favor de causas mayores.
A diferencia de tantos líderes atrapados por los privilegios del poder, Mujica habitó una modesta chacra, donó la mayor parte de su salario presidencial y convirtió su ejemplo personal en una declaración política: que el bienestar de los pueblos no se mide en consumo, sino en justicia, educación y libertad.
Fue un orador sin estridencias, pero con frases que calaron en la conciencia colectiva: “Pobres son los que necesitan mucho”, “A los que les gusta mucho la plata hay que correrlos de la política”. Decía que no era pobre, sino “sobrio”, y su sobriedad fue revolucionaria en un mundo marcado por la ostentación.
Durante su mandato, Uruguay avanzó en políticas sociales progresistas, despenalizó el aborto, legalizó el matrimonio igualitario y la marihuana, apostando a la regulación con sentido humano. Mujica no buscaba popularidad, buscaba justicia.
Su muerte nos invita a reflexionar sobre el tipo de liderazgo que necesita el mundo: uno menos centrado en la grandilocuencia y más enfocado en el servicio. Uno que escuche, que viva como piensa y que piense como vive. Mujica fue eso: un espejo incómodo para los poderosos, pero una inspiración para los pueblos.
Desde este rincón del continente, despedimos a Pepe con gratitud y respeto. Su cuerpo descansa, pero su voz —su ejemplo— seguirá desafiándonos. Porque como él decía: “Lo imposible cuesta un poco más, y los derrotados son solo aquellos que bajan los brazos y se entregan”.
Hasta siempre, presidente Mujica. Su vida fue, y seguirá siendo, una trinchera de esperanza.